Jorge Porcel, un humorista triste Por José Narosky

 

“Una lágrima furtiva no es menos lágrima”.

 

En septiembre del 2005, moría el boxeador Nicolino Locche. Disfruté por TV de una entrevista grabada a Jorge Porcel, en la que este, manifestaba refiriéndose al boxeador desaparecido:

 

-Yo tenía muchas cosas en común con Nicolino Locche. Por ejemplo: una pena permanente que ambos hemos sabido disimular. También, teníamos con Locche una habilidad innata para eludir los golpes. Golpes físicos, los de Locche y golpes espirituales los míos.

 

Y agregaba Porcel, con una sonrisa triste:

 

-Una vez, nos prometimos solemnemente con Locche, vivir más de 70 años. Él no me cumplió su palabra y falleció a los 66 años. Y eso me exime de cumplir la mía.

 

Y agregaba:

 

-Ya tengo 68 años. Aunque siento, que tampoco voy a llegar a los 70.

 

8 meses después de Locche, un día de mayo de 2006 moría Jorge Porcel.

 

Y su muerte –tenía 69 años- trajo a mi memoria una larga conversación que tuve con el actor –un día lluvioso- en la casi penumbra del hall del Hotel Provincial de Mar del Plata. Porcel estaba actuando en el teatro de ese hotel. Yo estaba escribiendo el guión de una obra con Enrique Carreras, para el Teatro Odeón.

 

Sentados en cómodos sillones, Porcel me decía:

 

-El primer honorario que gané fue de $ 70, en el Club Boca Juniors de Bragado. Era un baile y yo trabajé durante 20 minutos. Ahí conocí el aplauso. Quizás, en ese momento, entendí que eso de cursar abogacía, era para otro. Y agregó:

 

-Empecé en radio en “La Revista Dislocada, donde me fue muy bien. Además, aprendí muchas cosas. Tuve compañeros como Raúl Rossi y Nelly Beltrán. Luego vino la televisión y se multiplicó mi fama como actor cómico.

 

Mi primera película como protagonista, fue “El Gordo Villanueva”, en 1964. Yo tenía 28 años, agregó. Ese mismo año, mi altura era de 1,70 y mi cintura era de 2 m.

 

Pese al día invernal y a la semioscuridad del hall del Hotel Provincial, cada rato alguien nos interrumpía. Algunos le pedían un autógrafo. Otros para sacarse una foto con él. Porcel accedía sin mucho entusiasmo.

 

Hasta que una persona se acercó y luego de felicitarlo, me agregó unas palabras generosas sobre mis libros.

 

Fue el único que reparó en mi presencia. Cuando se retiró, recuerdo haberle dicho a Porcel:

 

-Acá hemos ratificado la diferencia de popularidad en tu favor. En términos futbolísticos me has ganado 20 a 1.

 

Y para mi sorpresa me dijo:

 

-Pues te cambio tu admirador por los 20 míos.

 

Porcel, estaba trabajando ese año en el teatro del Hotel Provincial, reitero. Y agregó:

 

-Aquellos a los que les agradan las groserías que hago en el teatro, ya no me agradan ellos a mí…

 

-Pero Jorge, le dije, es tu trabajo, lo que vos elegiste…

 

-No, me dijo. Fueron las circunstancias. Yo hubiera querido cantar, (tenía muy buena voz y algunos discos grabados). O escribir para teatro, pero con argumentos que expresaran ideas. Lo hice, sí. Y alguna obra se llegó a estrenar, sin el menor éxito. Y agregó

 

-“Estoy condenado a hacer lo mediocre, lo chabacano”, terminó diciéndome con la melancolía expresada en sus ojos.

 

Y quise aludir hoy, a estas facetas menos conocidas de este artista, porque todo lo suyo se ha publicado profusamente.

 

Por ejemplo, en su última etapa de vida, en EEUU. donde se había radicado, lo hacía en una silla de ruedas. Además, sus convicciones religiosas se habían arraigado con mucha fuerza en él, en sus años finales.

 

El gran público conocía todos estos aspectos pese a haberse radicado en los EE. UU.

 

Hoy, mi deseo fue simplemente, mostrarles la interioridad de ese hombre sensible, sufrido y triste, que fue Jorge Porcel.

 

Y un aforismo final para su honda pena íntima, que creo en justicia le corresponde.

 

“La alegría puede ser el disfraz de la tristeza”

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