Evaristo Carriego por José Narosky

“¡CRUELDAD DEL TIEMPO!. ETERNIZA POESIA Y DESTRUYE A SUS CREADORES”.

Quizá la mayoria de los contemporáneos de Evaristo Carriego, no lo conocieron suficientemente.
Sólo vieron en él, a un muchacho miope, enfermizo, muy reservado.
Lo de enfermizo, lo menciono, porque la tuberculosis, lo había atacado de jovencito, aunque moriría de un ataque de apendicitis a los 29 años, pues trascurría 1912 y Carriego habia nacido un 7 de mayo de 1883.

Era entrerriano, de Paraná.

Cuando Carriego tenía solamente cinco años, sus progenitores se mudaron a la Capital, al Barrio de Palermo, donde su padre adquirió una propiedad en la calle Honduras.

Tuvo siempre un carácter… muy introvertido.

Su acentuada timidez, era campo propicio para las bromas de sus compañeros del Colegio secundario.

Es que “la timidez es una especie de nudo, y siempre hay quienes con su crueldad, lo aprietan”.

Porque saben que “de esas prisiones sin rejas, es muy difícil escapar…”

Carriego escribía versos permanentemente, incluso en el Colegio Nacional y sobre todo durante las clases de matemáticas, porque esa materia le aburría sobremanera.

“Es que los poetas, los verdaderos poetas, no eligen serlo”.

Su casa de la calle Honduras, aquí en Buenos Aires, tenía una bohardilla.

Su madre contaba que su hijo subía a la misma, a las dos de la tarde y que ocho horas después, no era fácil, hacerlo bajar a cenar.

Él amaba las flores, los pájaros, la lluvia y sobre todo, la soledad.

Y sentía la soledad como la mejor compañía.

Y allí, en su bohardilla, escribía febrilmente, esos versos que aún hoy, nos emocionan.

Como ese breve poema que tituló “La Costurerita Que Dio Aquel Mal Paso” y que alguien contó, que fue un amor de Carriego, que él supuso equivocadamente, no correspondido, hacia una hermosa vecina.

Pensar que ella, esperó a su vez de Carriego, alguna muestra de afecto…

Claro, eso lo supo muy posteriormente.

Porque el poeta con su corta edad, no se animaba a mirarla siquiera a los ojos.

Después, cuando la muchacha se fue del barrio, con alguien, definitivamente, el escribió transido por su dolor:

“La costurerita que dio aquel mal paso

Y lo peor de todo, sin necesidad

Con el sinvergüenza que no le hizo caso

Después, … Según dicen en la vecindad.

Aunque a nada llevan las conversaciones.

En el barrio corren mil suposiciones.

Y hasta en algo grave se llega a creer”

Y sigue Carriego:

“¡Qué cara tenía la costurerita! ¡Que ojos más extraños!

Esa tardecita que dejó la casa… para no volver…”

Carriego fue el gran poeta del suburbio porteño.

En vida, dio a luz un solo libro: “Misas Herejes”, en el que pinta a Buenos Aires y a sus patios, con la fragancia de los malvones y de las glicinas.

Tuvo también por el tango, una verdadera pasión.

Y el tango le reintegró ese cariño, por medio de sus grandes poetas, que lo mencionaron con frecuencia

Como ejemplo, su nombre está incluido en las letras de “Viejo Ciego” y “El Último Organito” que escribiera Homero Manzi; en las de “Ventanita de Arrabal” de Contursi o en “Organito de la Tarde” de José González Castillo.

Incluso Borges, le dedicó un importante ensayo.

Un 12 de octubre de 1912, un día antes de su muerte, en su lecho de enfermo terminal, Carriego pidió un papel y un lápiz y escribió esta cuarteta.

¡Recordemos que estaba moribundo!.

“Se que puedo morir.

¡Recién fui niño!

Pero me iría feliz

Pese a la prisa.

Si pudiese soñar

Que con mis pobres versos…

Logré sembrar, en una criatura

Una sola sonrisa”.

Y este joven poeta, que a los 29 años nos dejara para siempre, trae a mi mente este aforismo

“Impedir a un poeta su canto, es como poner cerrojo… a una ilusión.”

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