Victoria Ocampo, una escritora con ideales. Por Jose Narosky
“Muchas actitudes valientes se toman por dignidad, no por valentía”.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el juicio de Nuremberg, realizado en 1946 en Alemania, fue un hecho diría desusado, en la historia política del mundo.
Los máximos dirigentes del país derrotado –la Alemania nazi en este caso- se encontraban en el banquillo de los acusados: Goering, Ministro de Aviación, Goebels, Ministro de Propaganda; Himler, Jefe de la Gestapo, que era una siniestra organización.
¿De qué se los acusaba?. Del crimen más horrendo que registra la historia de la humanidad, tanto por la cantidad de víctimas como por la absurda motivación –la pureza racial-, una locura total, que había llevado a millones de hombres, mujeres y niños a la muerte, en las cámaras de gas.
Una sola mujer viajo de la Argentina, para asistir a ese juicio: la insigne escritora Victoria Ocampo.
Y ella observaba -ya en Europa, atónita y conmovida- todo el desarrollo del juicio, que estaba manejado por jueces de las cuatro potencias vencedoras: un ruso, un francés, un inglés y un americano.
Victoria Ocampo tenía en ese momento -1946- 56 años, pues había visto la luz en 1890.
Viviría 33 años más, pues fallecería un 27 de Enero en 1979 a los 88 años.
Ella había nacido en un ambiente de gran solvencia material. Pero ni las estancias que poseían sus padres, ni las fiestas fastuosas, ni los viajes a Europa, alteraron su personalidad firme y humana.
También le dolía y mucho el hecho que la mujer estuviera relegada por su sola condición de tal.
Y luchó en ese campo, convirtiéndose en una combativa líder feminista, como una especie de rebeldía. Y “las mayores rebeldías las protagonizan siempre, seres piadosos”.
En una época en que ninguna mujer manejaba, 1926 ó 1927, ella cruzaba las calles de Buenos Aires, al volante de un sofisticado coche europeo.
Solía incluso fumar en público –pero solamente en público dado que no fumaba realmente- como una demostración de igualdad de su sexo con el masculino.
Estas son simplemente anécdotas, pero definen cabalmente su vigorosa personalidad.
Su vieja y señorial casona de San Isidro, fue visitada por ilustres personalidades, casi todos con un denominador común: el talento y la amplitud de ideas.
Y así pasaron por su mansión, figuras de la talla de Rabindranath Tagore, la chilena Gabriela Mistral, su amiga dilecta, ambos Premios Nobel de Literatura, el francés Malraux, escritor.
Y también los españoles Gómez de la Serna, el de Las Greguerías (especie de aforismos humorísticos) y el ensayista español Ortega y Gasset.
Victoria Ocampo, era la mayor de seis hermanas. La menor fue Silvina Ocampo, escritora también y esposa de Bioy Casares.
Fue fundadora de la revista Sur, en la misma casa en que había nacido, en la calle Viamonte al 400, aquí en Buenos Aires.
Casi no me referí a su talento literario, porque me pareció más importante su aspecto humano y su noble condición humana y su comprension del semejante
Incluso, cabe señalar, el hecho inusual de haber publicado ¡a los 87 años! su 10º volumen de “Testimonios”, su obra más importante.
Fue una mujer, realmente muy valiente y sobre todo totalmente adelantada a su tiempo.
Y me conmovió hondamente su defensa del sentimiento íntimo de la mujer, a la que los hombres habían obligado por siglos, a negar su naturaleza, su instinto.
Y de esta apreciación y de su dignidad irrenunciable, nació en mí este aforismo que considero, le atañe
“Todos pueden seguir la corriente, pero pocos enfrentarla”.