Pelé. Por José Narosky

“Hay deportistas tan valiosos que sobrepasaron sus propias sombras”.

Hay futbolistas que dejaron una huella especial –no sólo en lo deportivo-, el brasileño Pelé es uno de ellos.
Para muchos fue el futbolista más grande de todos los tiempos, junto a Maradona y a Messi.
Colaboró –como estrella mundial de su deporte- a que el fútbol adquiriera dimensión universal.
Convirtió –caso único- más de mil goles en menos de 20 años de carrera.
Pero con todos estos atributos, no lo hubiera traído a esta columna.
Me refiero a él, porque Edson Arantes Do Nascimento, el nombre real de Pelé, fue un ejemplo de deportista cabal y de hombre de bien.
Proveniente de un hogar muy humilde, nació en un pueblito llamado “Tres Caracoles” a unos 200 Km de Río. Un 23 de octubre de 1940.
Allí fue canillita y más tarde lustrabotas. Y desarrollando esta tarea, un hombre joven, modesto empleado bancario, que había conversado con él varias veces mientras lustraba sus zapatos, se acostumbró a dejarle, cada vez que pasaba por la esquina donde Pelé desempeñaba su tarea, algunas monedas o a veces algún alimento, aunque no se hiciese lustrar su calzado ese día.
En invierno solía dejarle al pequeño lustrabotas de 9 ó 10 años un termo con té y algún Sandwich.
Y pasaron 40 años.
Finalizada, hacía tiempo, la brillante trayectoria deportiva de Pelé integrando la selección de Brasil, que había logrado 3 veces el campeonato del mundo, el gobierno del presidente Fernando Cardozo lo designó Ministro de Deportes de Brasil, cargo muy jerárquico que desempeñó durante 4 años con real capacidad.
En una circunstancia lo visitó en el ministerio, una delegación de 5 ó 6 personas, que provenían de su pueblo natal, solicitándole el apoyo de su cartera, para instalar un centro deportivo para los niños humildes de la zona.
Pelé prometió ocuparse y lo concretó posteriormente.
Antes de retirarse la delegación, le pareció reconocer a uno de los visitantes.
Sin manifestarle el motivo, le pidió que se quedara unos minutos a solas con él.
-“Perdóneme”, le dijo Pelé “¿Ud. no es el hombre que me brindó su ayuda en mis lejanos tiempos de lustrabotas?”. Y agregó: “cuénteme de Ud..”
-“Haaaa… Bueno”, dijo el hombre. Recién ahora lo reconozco. Le cuento “Me jubilé en el banco con un sueldo modesto que me alcanzaría para subsistir con mi esposa, pero tenemos un hijo y es discapacitado. Y no hay dinero que nos alcance”.
Una semana después, el hombre ocupaba un alto cargo en el Ministerio de Deportes, que encabezaba Pelé.
Este gesto lo define con más justeza, que su enorme aptitud futbolística y su limpia corrección en las canchas.
Y cierro con otra breve anécdota que relata el mismo Pelé en un libro que escribió hace algunos años.
Escribía allí, que al regresar triunfador de México en 1970, donde Brasil –con su aporte futbolístico- había obtenido el título mundial, Pelé volvió a actuar en su equipo de siempre, el Santos, en el campeonato local.
Antes de comenzar el partido contra Flamengo, un jugador de este equipo nacido de su mismo pueblo, se le acercó diciéndole:
-“Mirá Pelé, me han designado para marcarte a vos. Y agregó: “De mi actuación depende la renovación de mi contrato, que es fundamental para mi porvenir”.
Y Pelé le respondió.
-“¿Y que puedo hacer por vos?. ¡Soy tu contrario!”.
-“Y… permitirme que pueda quitarte la pelota una o dos veces, por lo menos…”
Pelé agregó
-“Lo haría con gusto. Pero sería traicionar a mis compañeros y a mi equipo”.
Y en ese momento se iluminó el alma de Pelé y apareció su nobleza interior.
-“Mirá”, agregó el crack. “Si sacamos dos goles de ventaja, de daré una mano en ese sentido.
El equipo de Santos sacó rápidamente dos goles de ventaja, que el mismo Pelé convirtió.
Y ya adivinan el final…
Esta anécdota como dije, la relató Pelé en un libro y no creo que un hombre de su estatura espiritual, faltase a la verdad.
Y un aforismo final para el Rey Pelé (así lo denominaban), que también lo fue rey en hidalguía y en humanidad.
“La nobleza está en la madera. Nunca en el lustre”.

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