Almafuerte, que conoció la ingratitud. Pero también la emoción de dar.

Por José Narosky
“Los poetas no eligen serlo”.

 

Hay una canción muy conocida registrada con 2 nombres. “A Mi Madre” y “Con los Amigos” como subtítulo.

 

Su música es de Gardel y Razzano y su letra, es de un famoso escritor argentino Pedro B. Palacios (Almafuerte).
La canción que muchisimos de ustedes recordaran comienza:
-“Con los amigos que el oro me produjo, las horas con afán pasaba yo”
-“Y de mi bolsa el poderoso influjo, todos gozaban de esplendente lujo.”
-“Pero mi madre… No.”

Este fue además de poeta, maestro. Pero un maestro, singular. Porque empleó todos sus ingresos en fundar escuelas, en ayudar a los chicos modestos.

 

Y a brindarse a manos llenas es quedar con las manos vacías, aunque con el corazón… lleno.

 

Un grupo de ex alumnos, recaudó dinero para adquirirle una casa en La Plata, donde falleció en febrero de 1917. Tenía 62 años. Había nacido en la localidad de San Justo.

 

Fue uno de los grandes poetas de su generación junto a Olegario Andrade, Obligado, y Guido Spano.

 

Nuestro hombre llevó una vida un poco extraña, quizá.

 

Odiaba las reuniones sociales. Tenía una característica curiosa. Rechazaba a las mujeres de una manera, diría, enfermiza, aunque amó a 2 o 3.

 

Esta faceta ha envuelto su vida en una especie de niebla.

 

Pero este aspecto singular, no quita valor a su obra literaria.

 

Era además un lírico empedernido.

 

Y esta breve anécdota creo que lo confirma.

Un día paseaba Almafuerte por entre los pinos de su jardín.

 

De repente vio cruzar por su vergel, una mariposa de luz.

 

Ese tipo de mariposa, al volar deja tras sí una onda luminosa, como si fuese una estrella.

 

Fascinado por el encanto de la mariposa se lanzó tras ella. Se fue alejando de su extenso jardín.

 

Pasó una hora, quizá dos. El poeta, lleno de espinas y con sus ropas algo desgarradas, seguía persiguiendo su fugitivo ideal. Repentinamente, sus manos alcanzaron a atrapar a la divina mariposa.

 

En su emoción, estrechó tanto su dorado hallazgo, que deshizo las alas y también el cuerpo del pobre animalito.

 

El poeta relataría luego, que en ese momento, “guardó sus lágrimas. Pero lo que no pudo guardar, fue su dolor…”

 

Y otra breve anécdota del escritor.

 

Joven todavía, Almafuerte vivía en una casa de inquilinato, en una ciudad de provincia. Alquilaba en la misma, una habitación y una pequeña cocina.

 

Una noche, estaba el poeta tomando mate en el patio común de la vivienda. Repentinamente entró corriendo un hombre joven, jadeante, que acababa de robar en una casa vecina, dos cortes de paño para traje de hombre. Y, como lo habían sorprendido, lo estaba persiguiendo la policía, que corría tras él, pisándole los talones.

 

La cocina de Almafuerte estaba casi a oscuras, iluminada con una sola candela. Este penetró en ella llevando de la mano al ladrón para ocultarlo, sin comprender él mismo porque lo hacía….

 

La policía, todavía en la zona, quedó despistada y abandonó la búsqueda.

 

El joven delincuente no era un ladrón profesional, sino un infeliz obrero, desocupado, que no encontraba trabajo para ganarse el pan.

 

Le contó al escritor con los ojos humedecidos, que se pasaba días enteros casi sin probar bocado, él su esposa y sus 2 hijos.

 

Ya confiado por la actitud de nuestro hombre de ocultarlo, el ladrón le confesó su delito a este, sin saber que estaba hablando con un conocido poeta.

 

Aquella noche, alimentó y alojó como pudo al infeliz desocupado. Lo robado obviamente volvió a poder de su dueño verdadero. Con este gesto todos ganaron.

 

Agregaría que quien como Almafuerte, “siente como propio el dolor ajeno, siente menos el propio dolor…”

 

Y un aforismo para el afecto tan especial de Almafuerte para con su madre, a la que hoy no aludí, pero que seguramente sembró en él tanta nobleza:

 

“Mientras existan madres existirá la ternura”.

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