BERNARDO O’Higgins. POR JOSE NAROSKY

“Quien tiene ideas es fuerte. Pero quien tiene ideales es… invencible”.

Casi todos los países latinoamericanos tienen su héroe nacional, una especie de artífices de su independencia.

Los argentinos tenemos a San Martín, los venezolanos a Bolívar. Chile tiene a Bernardo O’Higgins.

Y en todos estos hombres se da una doble circunstancia. Fueron brillantes jefes militares y además ¡además! tuvieron la aptitud y el talento político para ser conductores de sus pueblos en la paz. Porque en el caos de su formación como nación, cada país es un laberinto. Pero los iluminados –como los hombres mencionados- siempre conocen la salida.

El apellido O’Higgins es de origen irlandés. Y en Irlanda nació su padre, aunque la actividad del progenitor, también militar y político como lo sería su hijo, se desarrolló en España.

O’Higgins nació en Chillan, Chile en Agosto de 1776, tres años antes de la Revolución Francesa , que traería vientos de renovación a prácticamente, todos los países del planeta.

Siendo adolescente, Bernardo fue enviado por su padre a Europa, para perfeccionar sus estudios.

Se dirigió a España y luego a Inglaterra, la tierra de sus mayores.

En Londres, se relacionó con un gran venezolano, el general Francisco de Miranda, que jugaría posteriormente un importante rol en la independencia de Venezuela.

Miranda simpatizó con el joven O’Higgins y en una ocasión dialogando este le dijo a Miranda:

-“Quiero para mis hermanos chilenos la paz espiritual y la libertad que gozan los franceses. Y no descansaré hasta lograrlo”.

-“¿Y con qué cuentas?”, le preguntó el Gral. Miranda “¡tienes sólo 18 años!”.

-“¡Cuento con mis ideales!”, le respondió el muchacho.

Joven como era, ya sabía O’Higgins que así como hay hombres que matan por imponer sus ideas a otros hombres, él se sentiría orgulloso de morir, defendiendo las suyas.

Es que entendía claramente que donde se ahogan ideales, se ahogan hombres…

El Gral. Miranda lo miró con asombro y admiración.

A los 25 años regresó O’Higgins a America. Organizó en Chile, la lucha por la independencia de su país y resultó vencedor.

Entonces fue elegido en 1811, para integrar la Junta Patriótica, de su país. Pero la derrota de la batalla Rancagua, lo llevó al destierro.

Debió recomenzar la lucha. Emigró a Mendoza. Allí se unió a San Martín, encabezando el famoso escuadrón de caballería.

Durante 6 años, peleó junto al Gran Capitán.

Y le tocó participar con San Martín, en la batalla de Chacabuco que con la de Maipú, que selló prácticamente la independencia de Chile. Y fue entonces elegido allí, director supremo.

En los 6 años en que ejerció el cargo, demostró tanto patriotismo como capacidad. Reabrió la Biblioteca Nacional, prácticamente su primera medida de gobierno. Creó la Cárcel Correccional de Mujeres y abrió varios puertos. Fomentó el teatro y la instrucción pública. Se opuso a la censura castigando a sus propios funcionarios por no aceptar las críticas, fueran estas fundadas o no. Y todavía le quedó la capacidad militar, para vencer, siempre con San Martín, en la batalla de Maipú que consolidó definitivamente la libertad de Chile, cuya independencia se celebra el 18 de Febrero de cada año.

Pero le llegó como a muchos grandes de la historia, la envidia de los pequeños. Y O’Higgins fuerte para defender lo ajeno, era débil para defender lo propio.

Es que “a los reptiles siempre les molesta el vuelo de las aves”.

Y lo acosó la maledicencia y la calumnia. Porque “los fracasados… nunca perdonan el éxito”.

O’Higgins no ignoraba que “mas alto sube el hombre, vientos más fuerte soporta”. Creyó poder resistirlos pero se equivocó y tuvo que emigrar.

Se dirigió entonces al Perú, donde vivió el resto de sus días con la amargura lógica de la ingratitud que puede expresarse de mil maneras, incluso con silencios. Pensar que el Código Penal olvidó condenarla, que no siempre duele, siempre desilusiona y pese a que el ingrato no modifica al idealista, igualmente lo golpea.

Y a los 66 años moría este preclaro ciudadano de América.

Pero quedará en el bronce como todos esos hombres –quizá algunos cientos, no muchos más- que escribieron la historia de la raza humana.

Y un aforismo para este patriota chileno, que vivió y sufrió por el más hermoso de los ideales. Una patria libre.

“El dolor físico lastima. El dolor espiritual, desgarra”.

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